Esta mañana me he despertado y en casa había un ambiente raro. Mi madre no paraba de decirme lo guapo que iba a estar en ese tono raro que los adultos usan con los niños. Al vestirme no paraba de reírse. Finalmente me colocaron una especie de gorro, pero ya estoy acostumbrado a que me pongan adornitos y me llevaron a la sala con mi primo Nico, que acababa de llegar. ¡Al verlo casi me muero del susto!
¿Pero chaval, tu te has visto la pinta que llevas? Es que me salía del alma decírselo, solo que aún no se hablar. Encima el muy tonto me miraba raro a mí y hasta se puso a llorar y todo cuando quise tocar su traje.
Mi papis se han vuelto locos
Pero cuándo ya me di cuenta de el que mundo había dejado de girar como es debido fue al ver a mi papá, vestido con un traje muy raro y gritando por toda la casa :” ¡Batman puede ser cualquiera! ¡Todos somos Batman!”. Si no fuera por su inconfundible voz ronca y ese bigote ridículo que se ha dejado últimamente y que me gusta porque puedo tirar de él, no lo habría reconocido.
Pensaba que mi mamá se mantendría cuerda, a fin de cuentas mami es la que me cuida más a menudo, la que me da de comer y la que mejor me baña. Papi es algo bruto con eso del oleaje en la bañera. Así que cuándo la vi aparecer con todos esos pájaros pegados en la ropa y una peluca rubia, ella que siempre ha tenido un pelo negro tan bonito…¡no pude evitar llorar a gritos!
Todos intentaban calmarme y decían que no podía llorar con lo guapo que estaba y que si una sonrisita para una foto todos juntos. Por suerte mami no trató de cogerme en brazos porque me habría clavado un bicho de esos, pero no me hizo especial ilusión que un papá encapuchado me levantara.
Y el mundo perdió su sentido
Entonces papi dijo que me llevaran con Peludo, el gatito de la familia que siempre me hace reír para que así me calmara. Y fue cuando supe que ya no existía el mundo que había conocido hasta ese momento. Aunque por la cara que tenía supe que Peludo no se había vestido así de modo propio sino que había sido cosas de mis padres.
Lo miré con compasión, sobre todo cuando vi pasar al gato de los vecinos y pude darme cuenta de que mi pobre Pelu había sido gravemente herido en eso que los adultos llaman orgullo.
Y fue en ese momento cuando pasé ante el espejo y descubrí la dura realidad ¡Era uno de ellos! Me rendí a la evidencia y solté una carcajada enorme que hizo felices a mis padres.