Puede pasar que todo el mundo está contento porque surgió una propuesta para disfrazarse, ya sea una fiesta, o esa celebración de fin de año del colegio o por cualquier otra razón y nuestro hijo no sólo no se manifiesta muy entusiasmado, sino que además, llegado el momento se niega a disfrazarse, porque no le gusta, o le da vergüenza o no se siente cómodo, de alguna manera.
Qué desilusión! Suele suceder que los padres, particularmente las madres ya habían empezado a hacer planes para armar el disfraz o quizás ya habían contactado una casa de disfraces para conseguirlo y a último momento surge esta dificultad.
¿Qué se debe hacer en esos casos? ¿Qué es lo que está pasando que nuestro hijo se rehúsa a participar de una actividad que para otros es tan divertida?
Lo primero que hay que tener claro es que no somos todos iguales y que el chico tiene derecho a sentirse como se siente ante una actividad, que puede implicar para él un desafío. Por lo tanto, está claro que hay que empezar por comprenderlo y no presionarlo. Lo que sí podremos hacer es, con mucha paciencia y delicadeza, consultarlo sobre los motivos que lo llevan a tener esa reacción, pero hacerlo desde el respeto a esa reacción.
Puede suceder que no le sea fácil al niño expresar lo que siente frente a esa situación y esto habrá que tenerlo en cuenta para no presionarlo demasiado, y manejarse despacio. Si puede expresar lo que le pasa ya es un paso muy importante para poder hablarlo y para que, dialogando, se sienta que puede manifestar sus miedos (que seguramente los hay) frente a la situación.
Si los padres logran procesar esto sin tensión, al niño lo va a ayudar mucho y quizás, más adelante se anime y si no es así el tema no es trágico. Después de todo hay niños a los que les gusta disfrazarse y niños a los que no les gusta. Es parte de su individualidad. También sucede con los adultos: no todos nos divertimos de la misma manera.