Seguimos hoy con más posibles disfraces de miedo para conseguir ser el rey de la fiesta de Halloween.
En entradas anteriores ya os presentamos el disfraz de bruja y el de zombi, pero todavía nos quedan un montón de personajes terroríficos más. En esta ocasión os proponemos otro clásico: el disfraz de vampiro.
Aunque es, como decimos, un clásico, como puede ser un disfraz de Drácula, últimamente está especialmente de moda, gracias al éxito que están teniendo libros como la saga de Crepúsculo o series como True Blood. En realidad, con este disfraz estaremos a la última.
Este disfraz puede ser tan elaborado como queramos. La idea básica que tenemos que tener en la cabeza es que los vampiros son personas muertas, que duermen de día pero que por las noches salen a la caza de sangre fresca.
Al igual que con el disfraz de zombi, tenemos que pensar que los vampiros pueden ser cualquier tipo de persona; desde un niño hasta un abuelo. Esta característica, hace de este disfraz, un atuendo perfectamente adaptable a cualquier tipo de edad, que pueden llevar tanto hombres como mujeres y al que, además, podremos poner nuestro toque personal (vampiro sexy, malvado, tonto…)
Aunque podemos ponernos la ropa que más nos guste, siempre es preferible escoger algo negro; un pantalón y una camisa o camiseta, un vestido, una falda…lo que queramos, pero siempre es mejor que sea negro. Hay que pensar que vamos en busca de presas a las que chupar la sangre, ¡mejor no llamar mucho la atención!
Además, como también nos ocurría en el caso del disfraz de bruja, existen una serie de elementos que, obligatoriamente debemos ponernos si queremos que la gente sepa de qué vamos vestidos. Son los siguientes:
- Una capa negra. Puede ser del tipo que queramos, pero preferiblemente de color negro y larga. Es lo que usaremos para escondernos entre las tinieblas de la noche.
- Una dentadura postiza con dientes de vampiro, con la que podremos morder mucho mejor a nuestra víctima.
- Sangre de broma. Podemos pintarnos un poco de «sangre» por las comisuras de los labios o bien, mancharnos los dientes con ellas para que parezca que acabamos de atacar a alguien.